martes, 27 de noviembre de 2018

Las canicas.



- El otro día, recogiendo las mesas del bar en el que trabajo, miré para el suelo y me encontré una canica, de esas simples y transparentes con una espiral de colores. En aquel momento vinieron a mi muchos recuerdos de la dulce infancia, aquellos años en los que los juegos en grupo iban por modas y el que no lo aceptara quedaba excluido socialmente.

La verdad es que no sé de quién sería aquella canica, puesto que hace ya años que no veo a los chavales entreteniéndose con este ya clásico juguete fabricado con diversos materiales como el vidrio, mármol, acero, piedra, porcelana y metal, entre otros tipos.
La pueden llamar mable, bolita, caico, bocha, toloncha y de muchas maneras, pero en España la conocemos como canica. El caso es que el juego de las canicas existe desde tiempos inmemoriales, incluso en la tumba egipcia de un niño se descubrió el hallazgo de varias canicas hechas con materiales valiosos (año 3000 a. C. En Creta).

- En lo que a mi me atañe, voy a describir como era la diversión de aquellos lejanos ochenta en los que fui creciendo junto a otros niños de la época. Cuando pasaba la moda de la peonza, llegaba la de los cromos, después la de llevar un yo-yo y la de diversos juegos educativos como la cadeneta, el escondite y el "corre que te pillo".
Siempre llegaba ese momento en el que bajabas a la calle y divisabas a un grupo de chicos agachados en torno a un hoyo y varias canicas. Ese era el inicio del juego de las canicas, también llamado "Gua" en muchos lugares de España.
En aquellos días en los que las canicas tomaban el mando del ocio infantil, reuníamos a nuestros amigos para retarnos en un divertido juego que consistía en golpear la canica del oponente para finalmente meter la tuya en el hoyo, lo que en el País Vasco denominan "Botxo". Empezábamos a dar toques impulsando nuestra canica con el dedo índice y la ayuda del pulgar. Se trataba de no perder el turno y hacer el inolvidable "Chiva, Buen Pie, Tute y Más Tute (o Matute)". Chiva era el toque inicial, con el Buen Pie deberíamos dejar un espacio en el que nuestro pinrel cupiese, y después vendrían de forma consecutiva el Tute y Más Tute. Finalmente introducíamos nuestra canica en el llamado "Botxo" para ganar la partida procurando, insisto, no fallar en el lanzamiento y perder el turno.

Claro que juegos de canicas había muchos, pero yo les he hablado del más famoso en la zona donde me eduqué. También conocí aquel juego en el que apelotonábamos varias canicas en un triángulo para llevarnos de nuestro rival todas las que fueran posibles a base de toques que las sacasen del área señalada. Era como jugar al billar pero sin taco y a menor escala.
A veces jugábamos a carreras, marcando un camino en la tierra del que nuestra esfera no podía salir hasta llegar a la meta. La cosa era apostarnos las canicas de otros para poseer una gran colección de este preciado material por entonces.

Recuerdo que bajábamos a la calle con los bolsillos a rebosar. También las guardábamos en una caja de Farias, un bote de Cola-Cao o tarro de cristal. Los más optimistas llevaban unas pocas canicas en un pequeño zurrón o bolsita de piel con cuerda. La verdad es que el saquito daba un toque más sofisticado.

Todos -o casi todos- teníamos nuestra bolita favorita. En mi caso, siempre adoré a una canica casi opaca con puntos estelares de color celeste y blanco. Es por ello que nunca jugaba con ella a los juegos en que más fácil resultaba perder tu pequeño y redondo tesoro.

Y es que además de materiales, estas bolas podían ser de diferentes tamaños, colores y diseños. Los más ingeniosos acudían a un taller para conseguir rodamientos de metal que perfectamente pasaban por canicas.
Vamos, que las había opacas, brillantes, metálicas, galácticas, blancas, negras, moradas, rojas y de muchos colores. Las tiendas de chuches se frotaban las manos cada vez que salía la moda del juego de las canicas y en un bote de plástico transparente podíamos elegir entre los diferentes tipos de ejemplares.

De pequeños pasábamos horas arrastrando los pantalones por el suelo para jugar a las canicas. 

- Está claro que los juegos y las reglas cambian mucho dependiendo del país, ciudad o pueblo en el que nos hayamos criado, pero todos estaremos de acuerdo en el que este juego era bastante entretenido y para nada nos importaba agacharnos durante horas mirando al suelo para jugar con nuestra añorada canica.

Ahora veo esta canica que el domingo me encontré y siento una nostalgia profunda y llena de muchísimos recuerdos. Aquel simple juguete sirvió para que muchos niños nos relacionáramos pese a que no faltaran los constantes piques.

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