jueves, 29 de noviembre de 2018

Los "Dime" de la Editorial Argos.



- Volvemos a nuestro especial rinconcito de prensa y lectura para reencontrarnos con una clásica editorial española que veló por la educación de muchas generaciones. Se trata de la Editorial Argos, existente desde tiempos de la posguerra y cuyos orígenes son alimentados por el escritor Ignacio Agustí.

Con sede inicial en Barcelona, en el número 30 del Passeig de Gràcia, esta editorial catalana nos descubrió una interesantísima enciclopedia que fue lanzada a finales de los sesenta para después reaparecer en los no tan lejanos ochenta.
A partir de 1989 era muy normal ver en los estantes de cada casa una colección de libros colorados con pasta dura y ornamentos dorados. En la portada veíamos la silueta de dos jóvenes estudiantes y un título fácil pero sugerente... "El Dime".

Cuatro libros de la colección del "Dime" de Argos.
- Si no recuerdo mal, un comercial de "Círculo de Lectores" fue el responsable de que este lote de libros educativos entrasen por la puerta de mi casa. Casi por obligación, el ocio de leer tebeos sería sustituido por la cultura que aportaban los libros de la Editorial Argos.
Aquella colección contenía diez libros, cada uno con su título: "Dime qué es", "Dime quién es", "Dime por qué", "Dime cuál será mi profesión", "Dime dónde está", "Dime cómo funciona", "Dime cuándo ocurrió", "Dime cuéntame", "Dime cómo se hace" y "Dime cuando y como".
Según muchos lectores, esta colección fue todo un éxito. A lo mejor es que en aquellos años no contábamos con toda la tecnología de hoy en día y no podíamos entretenernos con otras cosas. Pero también hay que decir que los padres de aquella época ponían más ímpetu por nuestra educación, y ahora tengo que repetir aquella antigua expresión que reza: "eran otros tiempos".
Sí, eran otros tiempos, pero los niños no le poníamos peros a estos libros de sosa pasta. No tenía dibujos animados en su exterior, no lucía grandes letras animadas ni muñequitos en relieve, pero de alguna manera nos enganchó, y no creo que yo sea el único.

Yo recuerdo aquellas tardes en las que voluntariamente, ¡sí, voluntariamente digo!, cogía uno de esos libros y me los leía hasta cansarme la vista. Al mismo tiempo que las migas de la merienda caían en el interior del "Dime", yo iba adquiriendo conocimientos en mi momento extraescolar.

Eran libros educativos, orientativos e informativos. Con ellos podíamos saber el por qué, el cómo, el cuál, el quién y el qué de las cosas o personas. En su interior leíamos un llamativo índice con diferentes temas en diferentes colores.
Abríamos la primera página y ¡a leer!. Acompañado de cada dibujo podíamos leer la información de cada cosa: ¿Qué comen los conejos?, ¿será la de óptico mi profesión?, ¿Por qué los insectos flotan en el agua?...

Los libros del famoso "Dime" escondían muchas preguntas con su adecuada respuesta, algo que venía muy bien para entrenar nuestras neuronas. Desde luego que eran tiempos en los que no parecer tonto te daba puntos para todo.

Los primeros libros eran más simples, y a medida que nos acercábamos al tomo 10, la dificultad iba creciendo. Recuerdo que cuando mi padre me castigaba por mis malas notas, yo encontraba en estos libros una forma de callarle la boca, y os aseguro que los leía por interés.
Pasaron los años y no sé que sería de aquella colección de libros rojos a los que presté tanta atención en ocasiones. Si hoy encontrara algún ejemplar, seguramente lo hojearía para darme un gran baño de nostalgia.

Así era el interior de los libros "Dime" de la Editorial Argos (1989).

- Cabe reconocer el gran éxito de la Editorial Argos con esta enciclopedia de diez tomos. Muchos habrán localizado esta entrada porque en su casa habrán contado con está mágica e inolvidable colección de sabiduría. Me alegro sí eres uno de los míos\as.

Hoy en día basta con recurrir a "Google" para saber el cómo, donde, qué y por qué de las cosas. Nuestros viejos y añorados libros de "Dime" han pasado a la historia como el primer alunizaje u otros grandes acontecimientos, pero yo a veces recuerdo aquel olor a lectura y lo mucho que pudo aportar a aquellas generaciones tan inquietas.


miércoles, 28 de noviembre de 2018

Los cromos de Gi Joe.



- Más de uno se quedará ojiplático al descubrir este artículo en el que recordamos una de las colecciones de cromos más difíciles de la historia. Se trata de los cromos de los chicles de Gi-Joe, los cuales surgieron en 1991 para que los dentistas de todo el país se frotasen las manos ante el derroche de caries que generó esta moda por entonces.

Los muñecos de Gi Joe llevaban años compitiendo contra los Masters del Universo en una batalla sin fin.  Al igual que los héroes de Mattel, los Gi Joe contaban con cómics, muñecos y su propia serie animada, por lo que muchos jóvenes de mi época no tardábamos en engancharnos a toda publicidad que promocionase a estos soldados futuristas nacidos en la década de los cuarenta gracias a Stanley Weston.

Algunos adhesivos de la colección Gi Joe.
- Hasbro no tardaría en comprar la idea de Weston, y poco a poco la "GiJoemanía" se fue haciendo viral, especialmente a partir de los años ochenta.
Ya en 1991, todas las tiendas de chuchería del país contaban con un buen lote de álbumes para ofrecer a los niños de la época (entre los que estaba yo). Entonces el tendero abría una flamante cajetilla de los chicles de Gi Joe que rápidamente despertaba nuestra atención. Pronto aparecieron los primeros chavales con un buen puñado de chicles en los bolsillos que con un aliento con olor a fresa nos iba mostrando sus primeros adhesivos colocados en aquel álbum que poco a poco se iba desgastando con el sudor de los nervios por completar aquella infantil misión.
Aquella ilusión era desmedida, ya que el álbum reflejaba en negrita el premio final en caso de completar la colección: "Por un álbum completo 1 GI JOE + 1 CUPRA". Vamos, que si el hecho de coleccionar cromos ya no motivaba, ahí estaba la opción de contar con dos joyas de la juguetería de por entonces.
El caso es que todo olía a chicle: el autobús del cole, el vestuario del equipo, la clase, nuestra habitación... Encontrábamos envoltorios de los chicles por todas las calles, incluso algunos acabábamos de chicle hasta las orejas, y por ello también se podían encontrar por doquier chicles enteritos... ver pegatinas se antojaba más complicado, por supuesto.

Esto iba así, abríamos con mucha ilusión el chicle, y en su envoltorio y con ese olor a dulce masticable aparecía el ejemplar. Si el cromo ya lo teníamos lo guardábamos para cambiarlo en los recreos, y si no lo pegábamos en el álbum y uno menos para completar la misión.

Cada cromo venía con la foto de un soldado y su descripción: "Budo Son. Cinturón negro de cuatro artes marciales e instructor de combate cuerpo a cuerpo". El álbum se completaba con 36 soldados diferentes, luego disponíamos de una dirección donde mandar nuestra obra completa con nuestros datos identificativos.

Pero Budo Son solo era un guerrero más de los que aparecían en aquella colección. Entre esos huecos sin rellenar encontrábamos los nombres de: Duque, Jungla, Sabueso, Mercer, Sombra, Dodger, Maverick, Avalancha, Psico, Raptor, Puerko, Falcon, Voltar, Croc Master, Hidro-Víbora y otras víboras.

Pero al que más ganas teníamos todos era a Toxo-Víbora, ese muñeco tan extrañamente armado "cuyas misiones suicidas eran su destino". Aquel odioso guerrero era el más difícil de conseguir, por no decir que era imposible.

Este es el álbum de los chicles Gi Joe que nos ofrecían en cualquier tienda de chucherías.

- A día de hoy sigo preguntándome si alguien consiguió al maldito Toxo-Víbora,... me da que no. En fin, aquel rugoso álbum pasó a la historia y pocos son los coleccionistas que lo han conservado. Recuerdo que alguna pegatina encontré pegada en la caja de herramientas de un taller, y seguramente podamos encontrar más en cualquier rincón.

Los Gi Joe son fruto del recuerdo de muchos nostálgicos, al igual que los ya citados Masters del Universo. Eso sí, aún conservo el recuerdo de aquel dulce olor que tantos envoltorios nos hizo tirar a la papelera.

martes, 27 de noviembre de 2018

Las canicas.



- El otro día, recogiendo las mesas del bar en el que trabajo, miré para el suelo y me encontré una canica, de esas simples y transparentes con una espiral de colores. En aquel momento vinieron a mi muchos recuerdos de la dulce infancia, aquellos años en los que los juegos en grupo iban por modas y el que no lo aceptara quedaba excluido socialmente.

La verdad es que no sé de quién sería aquella canica, puesto que hace ya años que no veo a los chavales entreteniéndose con este ya clásico juguete fabricado con diversos materiales como el vidrio, mármol, acero, piedra, porcelana y metal, entre otros tipos.
La pueden llamar mable, bolita, caico, bocha, toloncha y de muchas maneras, pero en España la conocemos como canica. El caso es que el juego de las canicas existe desde tiempos inmemoriales, incluso en la tumba egipcia de un niño se descubrió el hallazgo de varias canicas hechas con materiales valiosos (año 3000 a. C. En Creta).

- En lo que a mi me atañe, voy a describir como era la diversión de aquellos lejanos ochenta en los que fui creciendo junto a otros niños de la época. Cuando pasaba la moda de la peonza, llegaba la de los cromos, después la de llevar un yo-yo y la de diversos juegos educativos como la cadeneta, el escondite y el "corre que te pillo".
Siempre llegaba ese momento en el que bajabas a la calle y divisabas a un grupo de chicos agachados en torno a un hoyo y varias canicas. Ese era el inicio del juego de las canicas, también llamado "Gua" en muchos lugares de España.
En aquellos días en los que las canicas tomaban el mando del ocio infantil, reuníamos a nuestros amigos para retarnos en un divertido juego que consistía en golpear la canica del oponente para finalmente meter la tuya en el hoyo, lo que en el País Vasco denominan "Botxo". Empezábamos a dar toques impulsando nuestra canica con el dedo índice y la ayuda del pulgar. Se trataba de no perder el turno y hacer el inolvidable "Chiva, Buen Pie, Tute y Más Tute (o Matute)". Chiva era el toque inicial, con el Buen Pie deberíamos dejar un espacio en el que nuestro pinrel cupiese, y después vendrían de forma consecutiva el Tute y Más Tute. Finalmente introducíamos nuestra canica en el llamado "Botxo" para ganar la partida procurando, insisto, no fallar en el lanzamiento y perder el turno.

Claro que juegos de canicas había muchos, pero yo les he hablado del más famoso en la zona donde me eduqué. También conocí aquel juego en el que apelotonábamos varias canicas en un triángulo para llevarnos de nuestro rival todas las que fueran posibles a base de toques que las sacasen del área señalada. Era como jugar al billar pero sin taco y a menor escala.
A veces jugábamos a carreras, marcando un camino en la tierra del que nuestra esfera no podía salir hasta llegar a la meta. La cosa era apostarnos las canicas de otros para poseer una gran colección de este preciado material por entonces.

Recuerdo que bajábamos a la calle con los bolsillos a rebosar. También las guardábamos en una caja de Farias, un bote de Cola-Cao o tarro de cristal. Los más optimistas llevaban unas pocas canicas en un pequeño zurrón o bolsita de piel con cuerda. La verdad es que el saquito daba un toque más sofisticado.

Todos -o casi todos- teníamos nuestra bolita favorita. En mi caso, siempre adoré a una canica casi opaca con puntos estelares de color celeste y blanco. Es por ello que nunca jugaba con ella a los juegos en que más fácil resultaba perder tu pequeño y redondo tesoro.

Y es que además de materiales, estas bolas podían ser de diferentes tamaños, colores y diseños. Los más ingeniosos acudían a un taller para conseguir rodamientos de metal que perfectamente pasaban por canicas.
Vamos, que las había opacas, brillantes, metálicas, galácticas, blancas, negras, moradas, rojas y de muchos colores. Las tiendas de chuches se frotaban las manos cada vez que salía la moda del juego de las canicas y en un bote de plástico transparente podíamos elegir entre los diferentes tipos de ejemplares.

De pequeños pasábamos horas arrastrando los pantalones por el suelo para jugar a las canicas. 

- Está claro que los juegos y las reglas cambian mucho dependiendo del país, ciudad o pueblo en el que nos hayamos criado, pero todos estaremos de acuerdo en el que este juego era bastante entretenido y para nada nos importaba agacharnos durante horas mirando al suelo para jugar con nuestra añorada canica.

Ahora veo esta canica que el domingo me encontré y siento una nostalgia profunda y llena de muchísimos recuerdos. Aquel simple juguete sirvió para que muchos niños nos relacionáramos pese a que no faltaran los constantes piques.

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